La vida te calla la boca

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“La vida te calla la boca”, así decía una amiga cada que aprendía algo de zopetón, cada que la vida la ponía en su lugar y le daba dos tres cachetadas para que agarrara la onda. Según yo, aplica para todos, cada que decimos: «Esto no me pasará a mí», cada que nos creemos poseedores de la verdad, cada que no somos humildes.

Desde la primera vez que escuché esa frase me pareció que encajaba perfecto en miles de historias que podría contar sobre cómo aprendemos más a base de golpes y no por lecciones contadas por los demás. Así me pasó a mí con la manejada.

De jovenzuela me gustaba manejar rápido. Rápido pero con cuidado. En Mexicali era fácil hacerlo, no había tanto tráfico y tenía más tiempo, pero ya no vivo ahí, vivo en el DF donde manejar es una hazaña. Aquí la vida me propinó la primera cachetada. En esta ciudad no se puede manejar rápido; no sólo eso, es como si fuera una carrera de obstáculos, hay que ir zigzagueando para evitar estrellarse con los carros estacionados en doble fila. Va uno renegando de todos porque nadie respeta ninguna regla.

Tuve que aprender a manejar como Míster Magoo y con harto cuidado. ¿Qué me enseño la vida? Aprendí que eres responsable de ti, pero no vas solo, también eres responsable de los que se cruzan por tu camino.

La vida continuó. Mis días eran perfectos: trabajar, niños, actividades varias, regresar a la casa, cine, cenas, etcétera. Terminaba agotada. Al día siguiente lo mismo, y el que sigue y el que sigue y el que sigue.

Eran muchas actividades, y llegó la cachetada número dos, la vida me dio una sacudida más fuerte, me dio otra lección. Un buen día manejando en pleno Viaducto (avenida rápida del DF) me quedé dormida. Sí, ajá ¡exacto! Dormida en pleno Viaducto. Zaz, me fui a de boca contra el volante y me estampé contra el carro que iba frente a mí. Lo peor fue que no podía despertar y cada que intentaba despertar y frenar, aceleraba de nuevo. Tres veces le di al carro de enfrente. Hasta qué desperté completamente y la pesadilla terminó. Afortunadamente no pasó nada grave, pero fue un susto de esos que nunca olvidas. La vida me dijo: “Bájale dos rayitas a tu acelere, respira, descansa, tómalo con calma”.

Ahora que tengo dos hijos, me da pavor que no aprendan rápido estas pequeñas grandes lecciones de vida. Que el que maneja no sólo es responsable de sí mismo, que vive rodeado de muchas personas más, que en un abrir y cerrar de ojos suceden los accidentes. Por imprudencias, por tonterías, por descuidos mínimos (por no tomarse un descanso).

Rápido no es mejor, mucho no es mejor; mejor es pensar en las consecuencias y no tener que arrepentirse de alguna estupidez por no escuchar a la vida decir: “¡Basta!”

2 respuestas a “La vida te calla la boca

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  1. Wow, me dejas mucho en q pensar, es cierto, en instantes, por descuidos, pierdes muchísimas cosas, sin darte cuenta, sin querer…pero llegas ahí, pero como dices pensar en las consecuencias…Gracias por tu aporte a mi camino

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