Cuando me encontré

Recuerdo perfecto ciertos momentos muy felices de mi infancia; fueron muchos, en verdad tuve una niñez privilegiada. Pero también es cierto que hubo momentos que no fueron fáciles.

Nunca fui una niña segura de mí misma. Tuve la fortuna o la mala suerte de estudiar la primaria en Estados Unidos, algo muy común cuando vives en la frontera, muchos de los que crecimos en Mexicali estudiamos “al otro lado” como le decimos allá. Lo desafortunado de esta experiencia fue darme cuenta que era diferente a las demás niñas, bueno así me sentía yo.

Las niñas rubias –que en ese entonces ser rubio era sinónimo de belleza- eran lo de menos, había niñas muy bonitas, algunas que aún siguen siendo igual de hermosas y obviamente yo me sentía menos, es triste decirlo, de hecho me duele el solo recordarlo, no estaba nada padre.

Siete años estudié en esa escuela, desde el kinder y nunca me adapté, nunca me sentí parte de la comunidad; muchas veces sufrí bullying y temblaba de miedo con ciertas personas.

El problema era que no tenía las herramientas para ser de otra manera, para sentirme segura en ese ambiente, para crear lazos fuertes con mis amigas, para sentir que eramos iguales. No soy una belleza, pero tampoco era para tanto.

Todo empieza por creer en ti, saber lo que vales y no compararte con los demás, pero si nadie te lo dice es difícil que a los 7 años lo descubras sola.
Tenía mi refugio; los libros, con ellos me distraía y conocía otros mundos, mundos increíbles que me encantaban. Me hacían sentir diferente, aunque entre mis amigas me sintiera como el negrito en el arroz.

Con el paso del tiempo empecé a valorarme, mis papás me consintieron y tuve la dicha de viajar terminando la preparatoria a Canadá a aprender francés, fue en ese momento en que me conocí a fondo, fui yo, me sentí libre.

Bendita libertad que llegó en el momento preciso, podía ser yo, verdaderamente yo, sin juicios, sin miedo, sin aparentar nada para nadie. Y aunque suene cursi fui como esa oruga que se convierte en mariposa y vuela.

Regresé a México más segura –no al 100- aún trabajando en mi misma y deshaciéndome de lastres mentales con los que crecí, me hice fuerte, aprendí a defender mis ideas y mi manera de ser.
En la universidad conocí a grandes amigos con los que me identificaba más, con quienes tenía muchas coincidencias. Me di cuenta que no era la única y que mucha gente era como yo, rara y despreocupada por la apariencia física –rian aquí-.

Pero no fue hasta que me vine al DF –ahora CDMX- que terminé de descubrirme, de conocer mis virtudes y defectos, saber que esos grandes defectos nos hacen mejores personas si los aceptamos, que se vale pensar diferente, que se vale luchar por lo que uno quiere. Que no hay que darle gusto a nadie hasta que tu te sabes valioso.

Aprendí a quererme.

Ahora les digo, que puedo decir que soy hermosa, que soy capaz de lograr lo que yo quiera y que me amo tal cual soy. Soy una buena, maravillosa y linda persona
Así que esta semana me festejo a mi.

Y bueno a ustedes también.. ¡Feliz mes de la mujer a todas!

 

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