“¡Mira mamá! La llama me sonrió”: fue lo primero que me dijo mi hijo asombrado al ver una llama en la plaza principal de Cusco; después nos tomamos fotos y hasta se montó en una.
Cuando planeé mi viaje a Perú nunca imagine que fuera un gran destino para ir con niños y no saben qué sorpresa tan grata fue. Mi hijo se dedicó a preguntarme sobre la historia del lugar, su arquitectura y su gente. Me preocupaban tantos viajes en tren y autobús para llegar a Machu Picchu y pensé que sería complicado para un niño pequeño; sin embargo no hubo recorrido que no disfrutara.
Llegando a Lima tomamos el primer vuelo a Cusco (la traducción del quechua “ombligo del mundo”). Nuestro plan: descansar unos días en esta ciudad y visitar sus alrededores antes de aventurarnos a una de las maravillas modernas del mundo: Machu Picchu.
Con un día en Cusco fue más que suficiente para conocer la ciudad y no aburrir a mi hijo. Los puntos principales para visitar ahí fueron: La Plaza de armas, el Barrio San Blas y el convento de Santo Domingo.
«Si van con niños creo que si es necesario por lo menos cinco días para conocer con calma todo el Valle Sagrado sin apresurar a los chicos y que realmente aprendan y lo disfruten.»
Nosotros optamos por conocer primero Chinchero, conocida como la ciudad del arcoíris, un pequeño pueblo construido alrededor de los restos de un palacio inca y lugar de descanso de Túpac Yupanqui, donde también se encuentra la iglesia colonial de la Virgen de la Natividad. Ahí deben visitar algún centro textil donde les mostrarán cómo manejan los telares, algo que a los niños les encanta.
Al siguiente día visitamos dos sitios más, Maras y Moray. Maras es una salinera natural a 48 kilómetros de Cusco. Impresionante a la vista, una montaña blanca que deslumbra y uno de los principales puntos de producción de sal de la zona. Nosotros nos adentramos a preguntarle a los locales dónde trabajan, para aprender sobre el proceso de la sal. Siempre es bueno hacer cosas fuera del recorrido típico para conocer los lugares y su gente: estas pequeñas experiencias son más enriquecedoras para los niños.
Maravillas de Perú
Moray está a unos pasos de la salinera. Esta zona arqueológica es única en su género: se trata de hoyos naturales de 150 metros de profundidad y los Incas lo construyeron como centro de investigación hortícola. El recorrido es pesado para los papás (yo apenas logré terminarlo) pero vale mucho la pena hacerlo.
Las ruinas que nos faltaban las recorrimos en el camino a Machu Picchu. Primero Sacsayhamán, una fortaleza inca construida a base de bloques de piedra enormes, algunos de 190 toneladas de peso. El taxista que nos llevó hasta allí creía que era “obra de los extraterrestres”.
Así de impresionante es este lugar, con grandes campos alrededor, e ideal para nosotros porque no solo recorrimos las ruinas, sino que mi hijo se quitó los zapatos para correr tras las llamas y jugar entre la inmensidad de los muros.
Después llegamos a Ollantaytambo, recorrimos su plaza principal y subimos miles de escalones para poder conocer esta otra obra arqueológica de los incas. De regreso tomamos el tren hacia Aguas Calientes, el pueblo más cercano a Machu Picchu.
A la mañana siguiente, muy temprano, tomamos el bus para por fin visitar “la ciudad sagrada” como muchos la llaman y Bruno, mi hijo, no podía de la emoción. Las preguntas no se hicieron esperar: “¿cómo lograron construir esto tan lejos?”, “¿cómo cargaban esas enormes piedras?”, “¿por qué tan retirado de la ciudad principal?”.
Así mil y un preguntas que hablaban de su asombro. Les recomiendo buscar un lugar aislado de tanto turista y sentarse a contemplar la belleza de esta ciudad construida de piedra y la representación máxima de la arquitectura inca.
No duden en llevar a sus hijos a Perú y sus sitios arqueológicos.
«Es una experiencia que nunca olvidaran. Es un país lleno de historia y maravillas. Y bueno, seguramente, una llama les sonreirá.»
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