Hace algunos años llegó whatsapp a mi vida. Y me pareció la cosa más maravillosa del mundo mundial; mensajes sin costo y en el celular. El que invento esta aplicación seguro estaba pensando en mi. Inmediatamente dije adiós a los SMS –Mensajes de texto antiguo/señales de humo/comunicación vintage para los no conocedores-.
En un principio fui muy feliz, empecé a disfrutar las bondades del Guatsap ipso facto; poder comunicarme con mi hijo rápidamente, con mi esposo, con mis amigas. Tener grupos varios para planear comidas, reuniones o cualquier cosa habida y por haber. No gastar en llamadas. Asuntos de trabajo a tratar más rápidamente y sin enviar emails. No, bueno, cantidad de ventajas.
Pero al igual que cualquier cosa en exceso esta también resulto dañina. Al año de tener la App instalada, whatsapp amplio el número de participantes en los chats de 10 a 20 o algo así y esto fue la locura, los grupos de más de diez personas se convirtieron en platicas interminables a las cuales no podía seguirle el paso y obviamente perdía información.
Era estar y no estar, leer y no leer, todos tenían whatsapp y todos hablaban, platicaban, compartían. Hasta una colección de Memes junté de tanta participación que había en mis grupos.
Luego las mamás descubrieron la novedad del whatsapp y a organizar todo por ahí. No quiero ni contarles en que ha terminado ese fenómeno, yo le llamo “Las mamás whatsapperas”, esteeee cof, cof, como decirles que es la cosa mas terrible que existe sin que ninguna amiga mamá que me lea salga lastimada. Pero para que se den una idea, ahí se resuelve todo lo relacionado con los hijos, ya sean tareas, pleitos entre chamacos, objetos perdidos, chistes, cadenas de oración, recetas, y la lista es infinita. Si, para darse un tiro.
Y ahora mi confesión más grande: Yo amaba los chats, creaba uno y luego otro y otro y otro. Pretextos no faltaban, en el chat se resolvía todo. Me declaro culpable de estar en tantos, por que eran mi creación.
¿Qué pasó? Pues lo inevitable, que ahora nadie los detiene, hablan y hablan, siempre hay algo que decir. Y me hacen reír, y me divierten y son lo máximo. Pero cuando necesito silenciar mi mente, llega un mensaje y llega otro y otro, y, y.. y ¿ahora como los paro?
No quiero herir suceptibiidades, pero pido encarecidamente, sin ofender a nadie. Si van a mandar mensaje de “¿Qué haces?” se abstengan. Si alguien pregunta por el suéter del hijo, solo conteste la persona que lo tiene. Si van a mandar una cadena de oración, una carita feliz o un perrito sonriente diciendo “Disfruta tu día” no lo hagan.
Yo ya no puedo abrir mi teléfono y ver que tengo quince chats con 89 mensajes cada uno. Por favor, contrólense, respiren y solo envíen mensaje cuando es verdaderamente importante, es decir: de vida o muerte o por lo menos si van a invitarme a algún lado. Así si contesto.
Dijo la amargada, quejumbrosa, bipolar de los chats. GRACIAS.
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